AVE

¿Y si el tiempo fuese cíclico?
La historia que continúa estas letras comienza por un final y termina en un principio.

AVE

Érase un susurro que estaba vestido de vacío y contenía una palabra: “Nada”.
-¡Nada!... Nada, ¿dónde estás? ¿Por qué estoy sola? ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué no veo?
Ave, así se llamaba la dueña de esas preguntas, se encontraba desconcertada, y es que en su mente, en su consciencia, los acontecimientos que la habían conducido a aquel instante habían sido reprimidos, enterrados donde no podían dañarla. Su último recuerdo era la sonrisa de Nada tras una de sus estúpidas bromas carentes de gracia. Nada, el hombre con el que había hecho una promesa: “permanecer juntos hasta que el Mundo dejara de ser”.
-¡Oh, mierda! Es eso… ¡el Mundo ha dejado de ser! Pero entonces… ¿por qué yo sigo siendo?
Su incomprensión parecía imposible de ser callada, salvo cuando dejó de importarle no comprender. A fin de cuentas, sabía que no era inmortal, que no tenía alimento, que poco a poco se iría apagando, y así volvería con Nada.
Avanzó, retrocedió. Para volver a avanzar y a retroceder, hasta que decidió sentarse. Simplemente esperaría, era cuestión de tiempo, si es que el tiempo seguía existiendo.
-Si el tiempo dejó de existir, tal vez me he vuelto inmortal. ¡No puede ser! ¡Puta mala suerte!
Cuando se calmó un pensamiento nació en su cabeza, y es que si aquello hipotéticamente era el vacío, ¿sobre qué había caminado? ¿Cómo era posible caminar? ¿O estar incluso sentada? Entonces quiso ver, y vio. Había una plataforma, blanca y circular, su radio era del tamaño de uno de sus pasos, pero fluía, cambiando de forma, con cada uno de sus movimientos.
- Si la rompo me perderé en el vacío, y dejaré de existir.
Arrancó un trocito y lo lanzó lejos, pero, para su sorpresa, el círculo terminó por reconstruirse. Suspiró, y terminó por tumbarse, ahora la plataforma dibujaba la forma de su silueta.
-Si al menos tuviese un libro con el que entretenerme hasta que llegue mi hora…
Al decir eso sus dedos permanecían en contacto con la blanca superficie, y entre su mano y ésta, ocupó el espacio un libro.
-¿Pero qué?… “Así empezó todo” de Jürg Schubiger y Franz Hohler. Blanquita, – irónicamente decidió bautizar a la plataforma – me muestras principios cuando estoy viviendo el final. En fin, leer no me hará daño.
34 historias. Ave disfrutó leyendo pero, no sólo eso, mientras lo hacía desarrolló una teoría. Recordaba una ley física que decía que la Energía ni se crea ni se destruye sino que se transforma. El vacío no podía contener energía, luego ésta debía de estar en un punto, ¿y si era esa plataforma, Blanquita, toda la energía del Universo?
- Toda, aquí, a mis pies.
Tras haber leído el libro estaba llena de ideas, eso sí, no iba a inventar nada raro, es decir, para ella el mundo era como lo haría ser. Pero antes de empezar, simplemente no soportaba seguir sola, cuando existía la posibilidad de traer a Nada de vuelta. Así, cerró sus ojos y pausando su respiración (sobre la plataforma no hace falta decir que aún existía aire), su mente viajó a todos los momentos que había vivido junto a Nada y que podía recordar. Sus manos arrancaron un trocito de plataforma y lo envolvieron. Un destello, un parpadeo… y Nada estaba frente a ella. Ave, en un brote inmenso de felicidad, imposible de ser contenido, se tiró a sus brazos. Él permanecía impasible.
- ¿Qué ocurre Nada? Soy yo, soy Ave.
- ¿Por qué? ¿Quién? ¿Qué soy? – Nada no recordaba nada.
Ave calló de rodillas, sus puños golpeaban a Blanquita, mientras gritaba, una vez tras otra: “No quiero existir así.”
En respuesta, salvo el espacio que ocupaba Ave, toda la plataforma se llenó de fuego. Impotente, aún de rodillas, Ave alzó la vista y vio a Nada volverse ceniza. No me atrevo a describir su reacción, tan sólo diré que terminó acurrucada, llena de lágrimas, sobre las cenizas que una vez fueron Nada, y allí, se quedó dormida.
Las lágrimas y la ceniza se entremezclaron mientras Ave soñaba. Y ocurrió que despertó, y observó, ya no había ceniza, una bola incandescente la había sustituido.
-Tú… tú eres el Sol – sonrió amargamente.
Entonces lo supo, haría un mundo que girase alrededor de Nada, alrededor del Sol, el último regalo para el hombre que tanto amaba. Su destino, si vivía, si moría, ya carecía de importancia. Todo lo haría por Nada.
Recogió el libro que había leído. No era una persona muy innovadora a fin de cuentas. Y así salvo el detallito de que ya tenía Sol decidió que lo mejor era, con el poder de Blanquita, seguir los pasos de alguna de esas historias. Y así fue.
Hay que añadir que le gustaba el mundo como lo conocía pero hubo un añadido, decidió mejorar (según su criterio) flora y fauna, introduciendo variaciones en estas. Variaciones que la Evolución desharía. (Resulta que un tal Charles Darwin escribirá, o ya escribió, sobre ello).
Y así fue que lo hizo todo, todo salvo el ser humano. Ahí, en ese punto, decidió rizar el rizo, poner la guinda en el pastel. Se arrodilló, cerró sus ojos y pausó su respiración. A imagen y semejanza de Nada, apareció el primer ser humano.
-Tú te llamarás Adán – le dijo, pero permaneció en la distancia. El uso de Blanquita, de la que apenas quedaba un pedacito, había hecho de Ave una mujer cansada, vieja, se encontraba carente de fuerzas. – Esto es tuyo, tan sólo vive.
Sabía que Adán necesitaba una mujer y que ella no podía ocupar ese lugar. Pero si no era ella, ¿quién? Decidió descansar, al día siguiente (por cierto, ya existía el tiempo) encontraría la respuesta.
Amaneció, Nada brillaba en el cielo y Adán moraba la tierra. Ave ya sabía el que hacer.
Tomando la última porción de Blanquita, Ave, decidió comérsela. Una luz blanca envolvió su cuerpo. Comenzó a avanzar mientras la luz empezó a desvanecerse, a cada paso, su cuerpo parecía rejuvenecer. Aproximándose a Adán, hasta que se detuvo, frente a frente. Sus miradas parecieron reconocerse y Adán susurró:
-¡Eva!
Sobre ellos, el primer eclipse. La Luna besaba al Sol y el Mundo era de nuevo.

Diego Rico Suárez

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