CLEM


CLEM 

Se llamaba Sabina y no sabía mugir. Pastar y dormir era su vida. Además de, cada mañana, ser ordeñada por Paquito, el hijo de Paco, su dueño (y de otras 14 vacas).

Paquito era un tipo afable, muy simpático, con una sonrisa que le llenaba el rostro. Durante la tarea, siempre cantaba o tarareaba las canciones de sus grupos favoritos, destacando “Héroes del Silencio” (1), como buen maño que era. – Sabi, algún día mugirás, y eso me hará tan, tan, feliz – en ocasiones le decía al despedirse. – “He oído que la noche es toda magia. Y que un duende te invita a soñar” – se alejaba cantando. – “Si las estrellas te iluminan. Oh, y te sirven de guía. Te sientes tan fuerte que piensas que nadie te puede tocar.”

Entre sus compañeras vacas se encontraban Marga y Rita, podría decirse sus dos mejores amigas. Pasaban horas y horas chismorreando sobre asuntos vacunos, y otros menesteres, lo que ocurría en la granja, y alguna de las cosas que pasaban fuera de ésta. Y diréis, “¿cómo una vaca que no es capaz de mugir pasa horas cotilleando con dos grandes mugidoras?”, pues bien, Sabina se comunicaba perfectamente utilizando gestos faciales, todos los músculos que formaban su cara, junto a sus ojos y a su enorme lengua, eran capaces de combinarse y dar forma a cualquier cosa que ella quisiera dar a entender a sus interlocutoras. Y no sólo se comunicaba para cotillear, era incluso capaz de inventar historias, relatos elaborados con su riquísima imaginación.

- Si fueses humana serías una gran escritora – le decía Rita.

- Pero no es humana, – sentenciaba Marga - ¿has visto alguna vez un animal que escribiese? Que haga lo que se supone que tiene que hacer como vaca. Si se esfuerza, tal vez hasta logre mugir. Mírame a mí, si fuese humana, sería una gran tonadillera, pero soy vaca, y sólo vosotras sois capaces de apreciar mi voz.

“Yo me esfuerzo, sólo que soy incapaz” comunicaba ella de la forma que sabía. Pero ese día no dijo nada, sin comprender por qué, pensó en “la noche mágica” y “el duende que te invita a soñar”. Se convenció de que saldría de la granja, encontraría a ese duende y él le regalaría el don de mugir. Y dio la noche, y así hizo.

Avanzaba temerosa, pues el mundo exterior era algo aterrador para ella, no por nada, pero lo desconocido siempre da miedo, a la mayoría de los seres. Sabina era como la mayoría.

- ¿Qué haces sola por aquí? – Un ser negro, alado y pequeñito, parecía ser quien había dicho esas palabras. Sus ojos grandes, como platos, la miraban inquisitivamente.

“¿Eres el duende?” preguntó Sabina moviendo su cara, gesticulando.

- ¡Eres muda! ¡Una vaca muda! ¡Sola, y avanzando por la noche! – Bueno, “Vaca Muda”, desconozco qué quieres decirme. Soy Edgar. “Edgar el cuervo” me llaman por estos lares. Si tú quieres puedo acompañarte un rato. Nadie conoce como yo esta zona, y la verdad me aburro. No tengo nada mejor que hacer – argumentó Edgar. – Además, con tu impedimento fonético, requeriré tiempo para descubrir tu historia. Y si quiero llamarme escritor, debo procurar saciar mi curiosidad, y tú, amiga mía, me la has despertado. Así qué… ¿te acompaño?

“Sí” asintió Sabina con su cabeza de vaca. A la vez que pensaba lo equivocadas que estaban en la granja, pues sí había animales escritores, y seguramente habría cantantes.

Volvería mugiendo, haría sonreír a Paquito, y abriría los ojos de sus amigas. Edgar sería un buen acompañante, en la oscura noche, en su búsqueda del duende.

- Bueno “Vaca Muda”, no quiero seguir llamándote “Vaca Muda”. Te voy a llamar Clem, espero te guste. Mira, Clem, yo no descifro tu forma de comunicarte, pero sé de alguien que tal vez pueda ayudarnos.

“El duende. Tal vez conoce al duende”, pensó Sabina.

- Por cierto, busco la respuesta a una adivinanza. Tú, aunque la sepas, ojalá la sepas, no serás capaz de comunicármela. Pero aun así quiero planteártela. Y ahí la tienes: “¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?” Extraña, ¿verdad? Mi tío abuelo Lewis nos lo planteó, creo que ni él sabía la solución. Nos dijo “tenéis una semana para decírmelo”. Pero pasó la semana y él… se esfumó, ya no estaba. Se había ido. Desapareció de nuestras vidas. En fin, dramas familiares. Cosas de cuervos. Clem, clem, clem. Me caes bien, Clem.

Así avanzaron, mientras, la noche se fue extinguiendo y dejó nacer a un nuevo día. El día fue agotándose (al igual que ellos), y apareció una nueva noche. Entonces, durmieron. Al día siguiente llegaron a ver al ser más sabio de la zona, el “alguien que podría ayudarles”. No pudo. Desconocía las intenciones de Sabina.

- ¡Pero si no es tan difícil! – dijo Edgar – Mira, cuando hace esto – empezó a hacer una mueca con su negra cara – quiere decir… ¡Oh, cielos! ¡Clem! ¡Soy capaz de… ! ¡Puedo leerte! – gritó - ¡Sé lo que quieres!

Los ojos de Sabina brillaban esperanzados. Y comenzó a gesticular.

- Te llamas Sabina, y eres incapaz de mugir. ¡Clem, voy a ayudarte! – Sabina siguió gesticulando. – Te voy a seguir llamando Clem, te pega más. Mira, no conozco ningún duende, pero sé de un hombre que quizás logre ayudarte. Se llama Sigmund (2). Vive lejos. En un lugar llamado Viena. – Se quedó pensativo, y tras un pequeño instante - Por cierto, ¿te acuerdas de la adivinanza? ¿Sabes la solución?

Sabina sonrió. “A Viena” - sentenció.

- En realidad no esperaba que la supieses. – el cuervecito parecía desilusionado.

“Amigo” – los ojos de Sabina miraban a Edgar agradecidos.

- ¡Clem! Sí… ¡A Viena! – gritó el cuervo, exultante.

La historia es muchísimo más larga. Incluso más larga que los 2117 km que separan Zaragoza de Viena; pasando por Barcelona, Marsella, Génova y Venecia.

Así pues, cortando y cosiendo el argumento, trasladémosnos directamente a Viena, donde llegaron a ver a Sigmund. Y Sigmund al igual que aquel ser sabio, en los bosques de Aragón, fue incapaz de ayudarles.

- ¡Lo siento, Clem! Tiene que existir alguien que te pueda ayudar. ¡Encontraremos a alguien!

“Tranquilo. Estoy bien. Tal vez debamos volver a casa.”

- Bueno… y si antes escuchamos un poquito de música. Dicen que hay un grupo de músicos de Bremen (3) que está de paso por Viena.

Así conocieron a un burro, a un perro, a un gato y a un gallo, que juntos hacían una música muy bella. Y los siguieron, ciudad tras ciudad, durante un tiempo.

El cuervo y la vaca comenzaron a escribir letras. Parece ser que las canciones más exitosas de “Los Cuatro de Bremen” fueron creadas en colaboración con ellos.

Edgar nunca supo cómo resolver la adivinanza, pero se convirtió en el escritor más famoso de la zona. Planteando y resolviendo sus propias adivinanzas, se expandió en otros géneros, siempre con brillante resultado. “Nunca más. Reflexiones de un cuervo” – su obra más importante acaparó casi tantos premios como elogios.

Sabina, ahora todo el mundo la llamaba Clem, nunca logró mugir, pero logró que su “voz” sonara fuerte por el mundo. Y sabía que, a una distancia considerable, un hombre llamado Paquito, cantaba y tarareaba letras que ella había ideado. Era una vaca feliz.


1. Héroes del Silencio. Grupo de rock español radicado en Zaragoza. Su período de actividad va desde 1984 a 1996.

2. Sigmund Freud. (1856-1939). Médico neurólogo austriaco, padre del psicoanálisis.

3. Los Cuatro de Bremen. En la colección de cuentos de los Hermanos Grimm, es el número 27. Jakob Grimm, su escritor (1785-1863).

Nota del Autor. Se recomienda al lector hacer un pequeño esfuerzo e imaginar (ya está dando por válido el concepto “animal parlante”) un mundo diferente al nuestro, evidentemente, en el que estos personajes fueron coetáneos, incluso reales (si fuese necesario). Todo sea por la felicidad de Clem.


Diego Rico Suárez

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